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La Primavera


No habrán de ser la pena o la codicia portadores del gesto en el momento de la muerte. Aceptaré su caricia escondida tras ese suave viento, elixir del aroma de las flores en la estación del gozo y los amores.


No presagio ni fechas ni guarismos, desasistido vivo de tales ornamentos. Las horas y los años se me antojan los mismos, veloces pasan, mas parecen lentos. Antes que aquí, en el cielo, que es nada, a la nada le cedo el desconsuelo.


Ya estoy libre de toda pesadumbre, no hay proyecto vital que no reste inconcluso, llama rebelde que no apague su lumbre, paraíso aplazado que no muestre el abuso. Nunca hasta ahora he sido tan sincero, pues ya no es lo que quise, lo que quiero.


Sé lo que habré de ser cuando seré reposo, sementera de estiércol, polvo ígneo, calma de eternidad, fondo del foso, ofrenda sin testigo y sin designio. Pero mi espíritu, rendido a su pureza, tentará, finalmente, la Belleza.


No olvides el encargo que te hago, postrera compañera en el camino de la vida. Mi pulso se hará vago en tu presencia y rechazaré el vino que me ofrezcas, el tacto de tu pecho y el calor de tu lecho.


Y, cuando la muerte me burle con su treta, cierra mis ojos y esparce mis cenizas sobre la tumba de Simonetta Cattaneo en Florencia. Mientras tú aromatizas, Botticelli, con naranjos y laureles, toda la pradera. Pues lo que cuento habrá de suceder en Primavera






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