Inesperada, fantasmal nevada
que blanqueó las calles y las flores,
uniformó con ella los colores
y el mundo fue una suerte de mi almohada.
Tu saliste a comprarme las compotas,
atenta siempre con mi digestión,
pero tardabas y, en plena desazón,
sin más demora me calcé las botas.
Pasé toda la noche tras tu pista,
para encontrarte, al fin, de madrugada:
un bulto en mitad de la autopista;
helada, completamente helada.
Caramelo de orfebre dadaísta,
te gozaré chupada tras chupada.